Es importante resaltar que para reflexionar sobre la calidad de nuestro sistema educativo no se puede mirar únicamente los resultados de las mediciones internacionales o nacionales del logro académico de los estudiantes, que sabemos revelan importantes rezagos en nuestro país. Hay que prestar atención a temas más complejos que forman parte de la educación, como el desarrollo de capacidades para la convivencia y la tolerancia, el respeto al otro, la creatividad, la inserción en el mercado laboral, el ejercicio de la ciudadanía y la democracia. Son partes de un conjunto de aprendizajes relevantes para el mundo de hoy que deben ser garantizados para todas las personas –independientemente de su condición económica, social, étnica, de género o personal– si queremos que nuestro sistema juegue efectivamente un rol clave en la creación de igualdad de oportunidades. La calidad de la educación incluye aspectos relativos a la pertinencia y relevancia de los aprendizajes; la efectividad en el desarrollo de los mismos; la equidad en la distribución de las oportunidades educativas y la eficiencia y responsabilidad en el uso de los recursos que la sociedad le destina.
La realidad educativa chilena muestra aspectos particularmente destacados, junto a desafíos que aún subsisten. Por ejemplo, los importantes avances logrados en el acceso y la conclusión de la educación básica permiten a Chile plantearse retos mayores, como la universalización de 12 años de educación. Sin embargo, no debemos perder de vista que todavía existe un pequeño grupo de personas que aún no concluye la educación básica. Este segmento, sin duda, requiere una mayor atención por parte de las políticas públicas para el aseguramiento de derechos que deben ser universales.
Además, es importante resaltar que el sistema educativo chileno necesita generar mecanismos para eliminar prácticas discriminatorias en el acceso a las escuelas. En teoría, el modelo permite que los padres elijan el establecimiento en el que matriculan a sus hijos. No obstante, existe evidencia de prácticas de selección de alumnos por parte de los establecimientos de enseñanza (estatus socioeconómico o pertenencia étnica de los estudiantes, por ejemplo) que llevan a reproducir desigualdades sociales y perennizan modelos de trato homogéneo. El aprendizaje se da a lo largo de toda la vida y de manera creciente en varios ámbitos, etapas y espacios: en la familia, en el trabajo, a través de los medios de comunicación, de Internet, etc. Por ello, la calidad de la educación no debe ser vista como una tarea que puede ser abordada exclusivamente por el sistema educativo y la escuela, sino que compete y compromete a toda la sociedad.